miércoles, 25 de septiembre de 2013

La mirada de Mario

La mirada de Mario by Argayu
La mirada de Mario, a photo by Argayu on Flickr.



Sonó el despertador a las seis en punto de la madrugada. En realidad solo un cuarto de hora antes de lo acostumbrado. Pero no era para ir a trabajar. Siempre digo que me encantaría madrugar para desayunar croisants, café con leche y zumo de naranja y leer los periódicos con tranquilidad. Madrugar sí, pero para ver amanecer, ir a la montaña o al río a pescar, hacer fotografía o a ver el tiempo pasar.
Pero el destino para el día de hoy era distinto. Iba a hacer algo que llevaba mucho tiempo deseando hacer, pero que la vida y sus circunstancias me habían hecho aparcar y dejar pasar. Viví muchos años prácticamente al lado del Pozu Modesta en Sama Llangreu. El 4 de Diciembre, día de Santa Bárbara, patrona de los mineros, no teníamos clase, era fiesta en las dos Cuencas Mineras de Asturias: la del Nalón y la de el Caudal. Resonaban los barrenos como truenos en todo el valle. Era la señal acústica que recordaba y celebraba a Santa Bárbara.
Pero la mina estaba ahí, todos los días y todas las noches, siempre presente. Al oscurecer nos asomábamos a la ventana y veíamos circular los pequeños trenes eléctricos entre los pozos de Modesta y el mítico pozu de El Fondón.
Era un espectáculo gratuito, lleno de luces y, si abrías la ventana, también de ruidos. Las pequeñas máquinas contactaban su pantógrafo sobre la catenaria y despedían cientos de luces, que encandilaban nuestras retinas infantiles. Paralela y cercana a la vía minera discurría la vía de RENFE (Red Nacional de Ferrocarriles Españoles) y, aunque más cercana en el espacio y también atractiva para nosotros, no había nada mejor que aquellos pequeños trenes mineros, que se nos antojaban como juguetes.
Aquel fue nuestro primer contacto con la mina. Sin embargo, una tarde de primavera o de otoño, no recuerdo bien, subimos con mi padre en el viejo Citroen a la localidad langreana de La Nueva. Coincidimos con la salida de uno de los relevos del Pozu Samuño, decenas de mineros con los rostros tiznados de negro cruzaban la carretera. Aquella imagen impresionante quedó grabada para siempre en mi retina.
Poco tiempo después la mina se acercó más a casa de mis padres. La huelga del año 62, “La Huelgona”, acorraló las casas de los mineros y de sus hijos en forma de hambre. Aquella lucha minera, que en principio fue una protesta laboral, se transformó en una huelga política, en una lucha directa contra la dictadura franquista. El hambre trajo a nuestra casa a Gelito, hijo de minero, pero a otras muchas casas llevó a otros “gelitos”. Era una llamada a la solidaridad que se extendió, como reguero de pólvora por las cuencas mineras.


Eran demasiadas coincidencias con la vida y la cultura de la mina (ampliada con el paso de los años, con amigos, conocidos y vecinos que trabajaban en la mina), para dejar pasar la oportunidad que se me presentaba de bajar y ver de cerca una mina de carbón.
Muchas veces, a esa misma hora, había recorrido de noche el camino hacia el puerto de San Isidro, para ir a la montaña, dejando atrás el Pozu Santiago. Pero, hoy, era ese el destino y no otro. Aquella noche había alimentado alguna duda sobre la experiencia de bajar al pozo, incluso en sueños habían conectado con la visita minera. Sabía que no podría sacar fotos dentro de la mina y mis sueños se enlazaron con esa prohibición. Imágenes de una cuerda suspendida sobre un charco de agua en la que aparecían colgadas camisetas de distintos colores. En mi sueño parecía que había perdido la oportunidad de sacar una buena foto. Luego pude comprobar que la buena foto, se alejaba mucho de aquellas camisetas. Más irreal resultó la parte ampliada del mismo sueño, la rampla, que es el lugar donde se extrae el carbón. Era como una pirámide invertida y muy aérea. No estaba encerrada dentro de la mina, como ocurre en la realidad, sino que pendía suspendida en el aire y era necesario superarla en posición invertida, es decir cabeza abajo.
El despertador puso la realidad en su sitio y el sueño terminó. Y para bajar a la mina, nada mejor que un buen desayuno: huevos a la plancha y café con leche y galletas.
Media hora y un poco más de tiempo, ya estaba aparcado delante de las oficinas del Pozu Santiago, en el lugar que me había indicado Mario. Hace falta firmar unos documentos donde se asegura que no padeces claustrofobia, arritmias, diabetes insulinodependiente …. y atender a las explicaciones que nos dieron acerca del funcionamiento del “rescatador”, que en realidad es una caja con una bolsa y un tubo que será tu seguro de vida ,en caso de que la concentración de grisú se eleve por encima del nivel de seguridad o en otras circunstancias adversas.
Ya sólo queda pasar por el vestuario, recoger la ropa y caminar hacia el castillete del pozo, donde está el embarque. Allí se coge la jaula y a cuatro metros por segundo se desciende hasta quinta ( la planta 5ª). La jaula es en realidad un ascensor con la forma de una jaula, que sirve lo mismo para transportar vagonetas (pequeños vagones) que llevan en su interior material, o también personas. Puede parecer que descender a cuatro metros por segundo es mucho descender, pero en ese momento con las luces de las linternas frontales encendidas y con los cascos puestos, me estoy dando cuenta que estoy perdiendo una buena foto. Unos momentos antes de detenernos en quinta (la planta 5ª) la jaula inicia un frenado progresivo. Por la otra parte de la caña del pozo desciende y asciende a 11 metros por segundo ,el “skip”, una especie de contenedor inmenso capaz de transportar unas 20 toneladas de carbón y estériles, que mediante una cinta transportadora una vez en superficie, son llevadas hasta el parque de carbones.
Ya estamos en quinta y ahora comienza la andadura por el pozu, las primeras galerías se presentan ante nosotros con un aspecto nada amenazador, bien iluminadas, amplias, pero la primera sensación viene a través del olfato, sin duda huele a carbón. Es un olor que me lleva directamente a las carboneras de mi vivienda infantil en Sama, donde se guardaba la hulla para atizar la cocina, una mezcla propia del mineral con la humedad, que da un olor característico y que no es fácil de olvidar. El aire es la segunda sensación, nos da en el cogote. Mientras el suelo permanece lleno de barro y agua entre las vías y solo cuando el aire que discurre por las galerías nos da de frente, se empieza a enrarecer ligeramente, el barro se transforma en polvo y la mina de repente adquiere otra dimensión. La apacible galería da paso a la la rampla (zona de extracción y que comunica plantas), comienza a presentar cambios de nivel, hay que salvar los obstáculos ,en forma de raíles, cuadros de mina, madera, charcos , cinta transportadora, material de mantenimiento …Vamos camino de séptima (la planta 7ª ) pero antes hacemos una incursión hasta dar con el minador, que es una máquina rozadora para abrir galerías. Un grupo de mineros acondiciona el puntu (area de trabajo).El encuentro de los dos grupos es un directo intercambio de comentarios. En el suelo, desparramados sin ningún orden, permanece la “maera”. En realidad son unos listones de mas o menos un metro de largo , que sirven para “embastonar”, que no es otra cosa que colocar los listones sobre un emparrillado metálico, que añadido a los cuadros, soportan el techo y los muros de la galería.
En broma se nos invita a “dar tira” que consiste en ir pasando la madera de brazo en brazo a otro compañero, para realizar la labor de embastonar y antiguamente la de postiar, que consistía en un trabajo manual mucho más exigente, que requería destreza y fuerza y mediante el “hachu” (hacha de mina), dar la medida y la forma adecuada para que los avances conseguidos con el martillo picador no se vinieran abajo. La expresión “dar tira”, se trasladó del interior de la mina al exterior, a la vida común. A veces, viviendo en las Cuencas Mineras, esa diferencia entre el exterior y el interior apenas existía. “Dar tira”, “dame tira”, gracias al buen hacer del grupo musical Nuberu, quedó para la historia de la música tradicional asturiana y para la historia asturiana, como un icono de solidaridad y de compañerismo. Aunque sea por una sola vez en la vida, y aunque sea de un modo totalmente simbólico, vamos dando tira hasta que nuestros pasos se dirigen a otro punto de la explotación.


Momentos antes de llegar a este punto, el aire comenzó a llenarse de polvo, lo que nos obligó a poner la mascarilla de protección. Se respira un poco peor, pero se respira. De repente el aire parece enrarecerse, en realidad es una cortina de agua pulverizada que hace de barrera para difuminar y detener el polvo. Ahí, sin duda, estaba una de las fotografías que me perdí: la pequeña luz del casco, la figura humana actuando de contrapunto y miles de gotas de agua y de partículas de polvo flotando en el ambiente. Ahí, ese era el momento. Lástima.
En el momento en el que la dirección del aire cambió dentro de la galería, y casi sin darnos cuenta, comenzamos a sudar. El brillo del sudor se reflejaba en los rostros y estos fueron modificándose por el polvo del carbón adherido. Como una fina capa de maquillaje, la parte de la piel expuesta, modificaba su aspecto y todos adquiríamos una nueva dimensión. Más tarde, ya en casa, pude comprobar la dificultad de limpiar la cara bien, mis ojos tenían un película de carbón, a modo de maquillaje con rimel. Había visto tantas veces esas caras de mineros, que parecían maquillarse, que aún así no acertaba a asimilarlo. Después de mucho enjabonar conseguí volver a la normalidad.
Para pasar a septima (7ª galeria) tuvimos en realidad mucha suerte . El segundo grupo de mineros con el que contactamos estaba trabajando con el automarchante, otra máquina para extraer carbón y que a través del pancer ( cinta transportadora blindada) realiza a la vez las tareas de entibación ( soporte para que no se venga abajo la rampla) y de extracción de carbón. El automarchante en esos instantes esta averiado.Su funcionamiento nos hubiera hecho avanzar entre una nube de polvo y una total oscuridad. En ese momento solo están picando con el martillo compresor y desde lejos oíamos ya su característico sonido. Mario, que fue minero de interior y que lo sigue siendo en el exterior, es bien recibido por sus compañeros, y cuando digo bien recibido es cierto que es así. Aunque pudiera no parecerlo, porque el lenguaje de la mina, que también es el mismo de la calle en las cuencas mineras, es rudo y duro donde los haya, sobre todo para alguien que no esté acostumbrado. Las bromas y comentarios van en esa dirección e inevitablemente sale el tema del futbol. Dicen que los mineros dentro de la mina solo hablan de futbol y de mujeres y afuera de mujeres y de futbol. Algo de cierto hay, pero los mineros no lo dudéis también hablan de otras cosas. Cuando estás en un ambiente hostil, y el interior de la mina rotundamente lo es, siempre se trata de aliviar la situación de alguna manera, hablar de cosas intrascendentes, cantar o contar chistes ayudan, a llevar de la mejor manera posible el duro y expuesto oficio de minero.


El paso por la rampla del automarchante se me antoja como el más complicado de la visita. El espacio es reducido, metro y medio de ancho, compartido entre los soportes de entibación, el pancer, y la zona de extracción. La altura, no alcanzaba el metro. Allí permanecimos un espacio de tiempo que calculo sobre veinte minutos, no llevaba reloj, para no agobiarme y porque por seguridad los elementos electrónicos no están permitidos. La sensación allí era un poco agobiante, poco espacio, calor, polvo en el ambiente y estábamos parados. Era necesario mantener la calma. Pequeñas porciones de carbón se desprendían delante de nuestros ojos. Por encima, más de doscientos metros hasta la superficie. Iba observando como se disponía todo a mi alrededor: el mecanismo del automarchate, los escudos que así se llaman dan protección contra los desprendimientos y soportan el avance de la maquinaria sobre el techo de la mina. Procuro no pensar en todo lo que tengo ni de frente ni por encima, hasta que nos comenzamos a mover encorvados y superar ese tramo de la rampla. Al final parecía que incluso no tenía salida, pero salvando una pequeña y encharcada curva se superaba el peor tramo de toda la visita.
El casco me había protegido una media docena de veces de golpes, pues las alturas y las referencias no son constantes y tienes que ir pendiente de varias cosas a la vez, para no perder detalle. Pero ya en zona más tranquila, y después de caminar como un par de kilómetros más, llegábamos a la zona de embarque. No penséis que es como la zona de embarque de un aeropuerto. Estás a punto de ganar otra vez la superficie, una vez que la jaula se detenga en séptima y nos lleve a la superficie, a ver otra vez la luz del sol. Mientras permaneces a la espera, en el embarque, vas viendo pasar el skip a velocidad casi supersónica, once metros por segundo, ves el cableado que lo soporta y lo impulsa moverse vertiginosamente. El embarque es una espacio amplio, pero cuando en otro tiempo los mineros eran muchos más de los que son ahora, por pura lógica, se arremolinaban para salir, y allí el ambiente de “provocación “ era mucho mayor: más bromas, más puyas, más de todo un poco … algún pescozón ,empujón, algún comentario de tono más elevado. Escrito con tiza, y en cualquier espacio del embarque, aparecía las palabras : “cornudo”, “vago” … dirigidas a algún compañero. Es o era como un juego escolar pero con un escenario mucho más complicado. En el fondo nadie insulta a nadie, es solo ese juego de la provocación, ese modo de ver la vida, tan minero y tan asturiano, esa sorna y esa retranca tan permanente en la%

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